Skip to main content

Cuando somos niños, la Navidad se vive como un universo suspendido en el tiempo: luces más brillantes, días más largos y una emoción que parece infinita. Al crecer, algo cambia. La magia no desaparece del todo, pero se transforma en nostalgia. Recordamos cómo se sentía la Navidad “antes” y nos preguntamos en qué momento dejó de ser igual.

La respuesta no está en que la Navidad haya perdido su encanto, sino en que nosotros cambiamos. Crecer implica responsabilidades, conciencia del tiempo, pérdidas, expectativas y rutinas. Lo que antes era sorpresa, hoy es planificación. Lo que antes era ilusión, hoy es recuerdo. Y en ese contraste nace la nostalgia: no por la Navidad en sí, sino por la versión de nosotros que la vivía sin preocupaciones.